Llegas al bosque con la cabeza bullente,
pulsante,
de salto en salto,
sin doma ni patrón:
Llamadas pendientes,
directrices necesarias,
previsiones,
especulaciones,
objeciones,
ofensas…
Oh dios, que excitación
y qué ajetreo.
A eso viniste al bosque,
a tejer alianzas con la inteligencia de las raíces,
a buscar la cura verde de las frondosas copas,
que llueven néctar de paz y sosiego.
Sabes que el bosque es un oasis de naturalidad
en el que nadie te juzga,
el modelo perfecto para sanar el miedo
de una mente parlanchina.
Aquí tienes el permiso para recuperar el placer
de ser un cuerpo que siente,
para degustar el silencio sin tiempo
y el tiempo sin futuro.
Un diluvio de belleza inunda el bosque
y está inscrita en el latido de cada piedra…
Cierras los ojos y respiras néctar.
Escuchas, sientes y respiras.
Y sigues respirando en un océano de aire enriquecido…
Observas la respiración que insufla vida.
Siempre está ahí esa columna invisible
como un eje y un ancla en el mágico presente.
Y cuando permaneces respirando,
consciente y sin distracciones,
de pronto, se subsumen los venenos del ayer
y se acaban las dudas del futuro.
Y, si eres bendecido,
Se rasgan los velos
y atraviesas la nierika entre los mundos.
Oh, milagro!
La mente parlanchina descansa,
la urgencia constructiva decrece
y te vuelves aire atento,
placer que respira.
Respiro, luego existo.
Obvio.
Respiro, luego soy feliz,
me percato.
Cuando el aire lo es todo y es suficiente
regresas al puro animal
y triunfa el cuerpo que siente y no juzga,
En el bosque el aire es ambrosía,
y el mundo un milagro perfecto
que se vuelve amigo.
Los enigmas y los retos pueden esperar,
Me digo.
Aire néctar y luz de bosque
se vierten sobre el abismo.
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