La red de la experiencia: donde se funda la conciencia de la relación y de nosotros mismos
Tejiendo una visión Ecopsicológica, nos damos cuenta de que explorar una reflexión sobre cualquier ser de la Naturaleza siempre nos conducirá a una reflexión sobre nosotros mismos (quien observa y reflexiona), porque percibimos correspondencias por analogía metafórica. O no seríamos tod@s la vida en un movimiento interactivo e interdependiente y, por lo tanto, también formaríamos parte del mismo poema. Es la dialéctica de la existencia terrena, que no es solo humana.
Partiré de esta premisa de que tod@s somos parte de un solo poema (que es una única vida compartida, independientemente de que sea el objetivo de la conciencia de quienes la viven), y fenomenológicamente, con inspiración husserliana (Husserl, 2001), iré explorando los paralelismos entre la Roca y la fase final de la vida humana en la tierra, que llamaremos con reverencia la Vejez. Como me referiré a dos formas de vida «genéricas», usaré letras mayúsculas para designarlas. Incluirán la experiencia específica y particular de diferentes personas o diferentes tipos de rocas, pero este ejercicio de reflexión se dejará para otro momento-texto.
Una Roca y un Viejo, o Vieja, se me presentan, desde el principio, como expresiones de la vida en la Tierra que comparten la misma constitución “EcoExistential”, es decir, el mismo eidos o las mismas esencias “constitutivas” de su Naturaleza como seres “viviente”. Además, co-constituyen, es decir, tienen la capacidad mutua de ser dialógicos y co-creativos, y por lo tanto pueden “percibir” mutuamente la relación que logran co-crear a través del encuentro entre sus dimensiones particulares no humanas y humanas, respectivamente.
Para guiarnos en esta exploración reflexiva / contemplativa, nos basamos en los fundamentos de la Teoría Gaia de James Lovelock (2006), una visión opuesta a la visión cartesiana y funcional mecánica y utilitaria de la naturaleza. A través de esta perspectiva, vemos a la Tierra y sus organismos (evidentemente siempre vivos) como un «sistema único y autorregulado compuesto de componentes físicos, químicos, biológicos y humanos». Según esta teoría, la Tierra es considerada un gran organismo vivo, una entidad dinámica única, dentro de la cual interactúan la parte material y viva, y que, según Ribeiro & Carvalho (2012), es intrínseca a la tendencia hacia una dinámica auto-sostenible, capaz de sostener la habitabilidad [y la “convivencia”] en su mejor poder creativo, si se cumplen las condiciones circunstanciales y relacionales circundantes más apropiadas.
Esta reflexión se basará en la exploración de mi experiencia subjetiva, pero también seguirá el rastro dejado por algunos de los filósofos existencialistas que más influyen en mi forma de pensar y de estar en el mundo, es decir, en mi práctica clínica, como es el caso de Martin Heidegger (2006) y su proceso de devenir humano “inconcluso” hasta la muerte, Martin Bubber (2010) y la relación total con el radicalmente “Otro” en su diferencia radical y su divinidad radical, o Emmanuel Levinas (1980) y la noción de una “otredad” que contempla toda la totalidad de lo existente y todo lo infinito.
No siempre encontraremos respuestas definitivas y mucho menos encerradas en sí mismas. De hecho, como psicoterapeuta busco activamente, sobre todo, la experiencia, la problematización y el cuestionamiento, que es una forma de reflexión y apertura total a lo nuevo, a lo desconocido y a lo radicalmente “otro” que es necesariamente diferente a mí, y eso es todo lo que nos servirá por ahora. Cuestionar sobre una base teórica y experiencial suficientemente segura será el primer paso hacia el conocimiento de una conciencia EcoPsicológica hacia una EcoPsicoterapéutica, es decir, una forma de Cuidado que es Sanación, Presencia y Encuentro.
Con la reflexión actual, trato de contribuir a otra forma de entender y experimentar lo que es ser humano, en la búsqueda de nuestra naturaleza humana que va más allá de lo que llamo el (obsoleto) Paradigma Tecnológico, hacia un nuevo paradigma, por inspiración en el concepto de Boaventura Sousa Santos (1987): el paradigma emergente, co-creativo, co-constituyente y co-relacional.
Eidos: estructura, silencio, inmovilidad y trascendencia
Necesitamos estructura. Todo se apoya en algún tipo de estructura. La Tierra descansa sobre una estructura rocosa, las piedras son los huesos que la sostienen, reafirmada por infinitos puntos de arena aglomerados por la fuerza del tiempo que se compacta. Una estructura que es un esqueleto, que le da forma y consistencia, que nos recuerda su edad y ascendencia, y que nos enseña sobre fuerza y resiliencia. Y los esqueletos tienen un orden, donde la fuerza del tipo de materia y los movimientos se combinan en su propio equilibrio, y le dan una identidad. Al igual que con nosotros los humanos, también con las Rocas. Estamos estructurados por el tiempo en que se hizo la historia, y llevamos en nuestra memoria celular la historia de quienes nos formaron y siguen formándonos. Llegará el día en que esta misma estructura se desintegrará una vez más de nosotros, y un día en el que también nosotros volveremos al grano de arena, al elemento primordial. Tal es el movimiento de la vida, tanto en la Roca como en los seres humanos.
Además de ser firme y codependiente de su familia de aglomerados, la Roca guarda silencio. Le tomó tiempo consolidarse porque supo guardar silencio. Pacientemente en el silencio, se agregó, a través de enlaces, que son sociedades, lazos, contratos, puentes más firmes y sólidos, o menos, con apariencia rugosa o arrugada, y no siempre con apariencia afable. Se agregó porque se permitió ser vulnerable, en su plasticidad porosa y cambiante, porque aceptó ser tiempo y vida en movimiento. Dio lugar a la vulnerabilidad de quienes se prestan a escuchar y a dejarse arrastrar por el viento, por la sal marina, o por la fuerza oxidante del sol y todas las temperaturas a las que se les dejaba exponer. Dio lugar a la descomposición a través de la erosión, al igual que dio lugar a la creación gloriosa. Silenciosamente en su solemnidad, la Roca como el hombre y la mujer que se entregan al envejecimiento y al tiempo, se levanta a través de relaciones de complementariedad en juegos de poder en equilibrios y desequilibrios que generan una homeostásis confiable. Una Roca, como la Vieja o el Viejo, se eleva a través de los misterios del silencio, el tiempo y el espacio.
El silencio es el lenguaje de la piedra. En él, contactamos con el “tiempo fuera del tiempo”, al que accedían los druidas a través de su Nematon, que los alquimistas buscaban en su Gnosis y “laboratorio-Oratorios”, y que Jung resignifica a través de sus estudios sobre Arquetipos. El silencio de las piedras nos invita a darnos cuenta de que hay otras dimensiones de la existencia coexistiendo con el mundo material, concretado en la realidad aparente. El silencio es el puente entre lo concreto y lo sutil, el vínculo coherente que comunica con lo invisible al ojo y lo impalpable al tacto. El silencio es el puente que conecta lo real comunicable con lo real incomunicable, y el mundo de la vida fáctica con el mundo de la experiencia subjetiva. Pero no podemos hablar de la experiencia de la Roca, porque la Roca es lo radicalmente Otro, lo radicalmente diferente, y la conciencia que conocemos apela a la nuestra: la conciencia de los que experimentan, de los que observan y de los que están colocados en la relación. Hablamos de nuestra relación con la vida en forma de Roca, y eso por sí solo será suficiente para plantear muchas preguntas preocupantes. P. ej., ¿Cómo podemos crear una relación de asociación confiable y «sostenible» con una Roca, ya que es una forma de vida que tiene sus raíces en la diferencia, a pesar de tener componentes comunes de nuestra experiencia humana?
El silencio nos recuerda que debemos escuchar más allá del sonido, más allá de la palabra y más allá del movimiento. El silencio es la vía directa de contacto con los misterios de la existencia humana, y de la Naturaleza de todas las cosas, para el encuentro que se produce más allá y por debajo de la relación y el encuentro. En el silencio se oyen los dioses y los demonios, las arpas y los tambores, pero también los espacios vacíos: esos que son lugares vacíos de lo superfluo y lo obsoleto. A través del silencio, trascendemos las apariencias y la forma, y nos comunicamos con las esencias, esa dimensión de conciencia que existe entre las líneas de la relación. En la Roca, como en el Viejo y la Vieja, el silencio se revela como una apariencia y no necesariamente como una realidad. Porque es en este silencio donde todo lo que es se revela en su totalidad, y para eso solo hay que aprender a escuchar a través de ese mismo silencio, y de todo lo aparentemente “nada”, “vacío” o “inmovil”.
La aparente inmovilidad e incomunicabilidad de la Roca, nos lleva a entrar en contacto con lo aparentemente imposible, limitado, restringido o inaccesible, y por tanto, invariablemente nos deja en las garras de la paradoja de lo que puede llevarnos simultáneamente a sobrevolar, o incluso a entrar, a través de todas las complejidades de las posibilidades de la trascendencia humana. Pues la trascendencia sólo se da en el enfrentamiento con lo aparentemente imposible o inaccesible, en tete-a-tete con el momento del encuentro con lo misterioso: ese paso más allá del tiempo y del espacio conocido. Cuán a menudo, como la Roca, el Anciano se da cuenta de su trascendencia solo cuando se permite a sí mismo adentrarse en los campos ásperos y duros de la experiencia del envejecimiento, donde solo entonces puede emerger la superación de las dificultades y rescatar el poder del cambio y la transformación radical: el único que lo devuelve a la raíz de la existencia humana y terrena. ¿Y cuál es esta raíz que nos devuelve a nuestra humanidad? ¿Cuál es esta raíz que alimenta nuestro cuerpo y nos permite romper límites y limitaciones? ¿Qué limitaciones pueden tener esta condición para superarlas? ¿Y qué fuerza tendrá la herencia de la tierra que nos ancla?
Simultaneidad de tiempos: En busca de la esencia de la sabiduría de la vida – Síntesis o Totalidad.
Surge la necesidad de rescatar la sabiduría de la Roca, así como del Anciano y de la Anciano, de nuestros venerables Viejos, aquellos que portan el conocimiento de los misterios de la vida silenciosa, la trascendencia del tiempo y el espacio, y que nos enseñan sobre la naturaleza, de los cuerpos terrestres, sus estructuras y límites, simultáneamente. Surge la necesidad de rescatar la sabiduría de la Roca, que es lo mismo que la sabiduría del Ancestro en su eidos, es decir, en la esencia que caracteriza la naturaleza sabia de la vida. Surge la necesidad de recordar la importancia de aceptar la paradoja y la coexistencia de aparentemente opuestos (como la vida y la muerte, o el cuerpo y el alma), de la diferencia radical, del totalmente Otro y del infinito que contiene.
Es a través del Viejo que rescatamos nuestra columna vertebral, que nos eleva entre la tierra y el cielo, nuestras manos cariñosas y nuestros pies que caminan hacia el futuro, el consejo de los extremos. Solo el Viejo sabio puede guiarnos, así como la Roca nos revela el camino, la dirección o el refugio. Tal como lo hace el anciano sabio, la Roca sabrá mostrarnos los puentes más sólidos, donde podemos construir nuestras relaciones más sabias.
El Viejo Sabio es el hechicero, el mago y el maestro. Él es quien consolidó sus conocimientos en la comodidad de su soledad, transformándolos en sabiduría. El viejo sabio renunció a la búsqueda de los efímeros placeres de las flores primaverales e hizo su palacio de cristal con las heladas invernales. Igualmente efímero, porque sabe que ser Naturaleza es aceptar su movimiento perpetuamente cíclico, sin embargo, un palacio de cristal es el centro de su existencia, su lugar sagrado, construido en momentos en que sus manos crujían de frío y su alma veía más allá, más allá del tiempo, del silencio y del vacío.
La anciana sabia es igualmente hechicera, maga y maestra. Juntos representan la unidad perfecta. Son lugares de sabiduría que vamos conociendo a lo largo del tiempo, y que habitan nuestras experiencias humanas más sublimes. Son la purificación ideal de lo que nos hace seres humanos, pero sobre todo la expresión de la sabiduría de la vida y su infinita renovación. Si la fuerza del Viejo vino de la soledad invernal, la fuerza de la Vieja viene del refugio que supo transformar en calidez y comodidad, donde cura sus heridas, donde recupera fuerzas en su descanso, y donde profundiza su conocimiento en la noche, a la luz del fuego contenido que calienta y transforma todos los alimentos. Aquí está el epicentro de la vida, donde todas las cosas comienzan y terminan, donde suceden transformaciones ligadas a las fuerzas del centro de la tierra, donde toman formas nuevas y creativas, y por eso toda la luz irradia al mundo.
Como la Roca, tanto el Viejo como la Vieja ganan su sabiduría caminando en la rueda del tiempo, desde su centro sagrado y desde las conexiones que supieron crear entre compromisos sagrados, éticos y estéticos: porque toda ética es estética. En un ir y venir que se asemeja a la mano de una tejedora o de una costurera, el tiempo teje el espacio, el espacio se convierte en cuerpo y el cuerpo se deja ser alma, espíritu y vida. Su ermita, su lugar de recogimiento, silencio y misterio, lejos de las inaccesibles modernidades ansiosas, es lo que les permite el foco esencial de este proceso, que, como en la gloriosa Roca erigida, tarde o temprano les dará la visión de perspectiva del águila que vislumbra y anticipa el futuro por venir, así como la mejor dirección a seguir.
Sin embargo, cabe señalar que la Roca, como el Viejo, son simultáneamente, y paradójicamente, todavía símbolos de sencillez y humildad. Ambos se desnudan de las vestiduras de la ilusión mundana y se muestran ásperos en su desnudez, y es en esta desnudez donde emergen las habilidades del maestro y de la maestra que comparten generosamente sus conocimientos. Es en esta última fase del viaje humano en la tierra donde debe surgir la voluntad de compartir y distribuir sus valores a quienes merecen y necesitan. Al final de los tiempos, aparecen todos los tiempos vividos anteriormente, ahora transformados en un generoso regalo. Porque además del pasado, hay una visión del futuro, del proyecto y del sueño, y solo el Anciano -como la Roca- tiene la capacidad de vivir magistralmente la alquimia de los tiempos y transformarlos en Presente. Porque sólo el Viejo tiene tiempo para cuestionarse a sí mismo, y tiene la audacia respectiva de ponerse en perspectiva y aceptar las posibilidades de cambio. Porque sólo el Antiguo puede estar de acuerdo en que el fin nunca será el fin, y que en cada fin está contenido su principio. Y en cada comienzo, hay un signo de interrogación. Como en todos los extremos.
Entonces, la pregunta es el medio más efectivo para la Creación y para el nacimiento (y finalización) de una obra, ya sea una obra de arte, un poema, un proceso terapéutico o una vida. Por tanto, preguntémonos mucho, tanto como podamos soportar la inquietud de las respuestas, o su ausencia.
Preguntémonos: ¿Quién de nosotros es a la vez el venerable Viejo y la digna y sólida Roca? ¿Quién de nosotros es humano y más que humano? ¿Estamos como humanidad preparados para aceptar esta dimensión de la existencia que nos devuelve a la conciencia de que somos Naturaleza indomable, Vida en movimiento, misterio, silencio y trascendencia? ¿Y cómo entregarnos a esta conciencia que nos devuelve a nuestras raíces, las que nos conectan con la vida primordial y con el organismo vivo que es nuestro planeta?
Sobre todo, preguntémonos: ¿estamos los humanos realmente preparados para aceptar nuestra naturaleza rocosa, silenciosa y codependiente de un linaje de innumerables aglomerados? ¿Cómo seríamos nosotros, y nuestro mundo de relaciones, si escucháramos nuestra dimensión que nos permite ser realmente Viejos / Viejas y realmente Rocosos/ Rocosas? ¿Cuántos de nosotros podríamos ser realmente la simultaneidad de tiempos que es el tiempo presente?
Referencias bibliográficas:
Bubber, M. (2010). I and thou. London: Continuum.
Heidegger, M. (2006). Ser e tempo. (M. S. Schuback, Trad.). Petrópolis: Vozes.
Husserl, E. (2001). Meditações cartesianas. Porto: Rés.
Levinas, E. (1988). Totalidade e infinito. Lisboa: Edições 70.
Lovelock, J. (2006). A vingança de Gaia. Rio de Janeiro: Intrínseca.
Ribeiro & Carvalho (2012). A era da técnica e a catástrofe ecológica sob a perspectiva de Martin Heidegger. Revista IGT na rede, V.9, nr16. In: http:// www.igt.psc.br/ojs/ISSN1807-2526.
Santos, B. S. (1987). Um discurso sobre as ciências (11ª ed.). Porto: Edições Afrontamento.
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Articulo traducido al español por: Marian Rios. IES Colombia
Para leer al original: O Velho e a Rocha – Para uma reflexão EcoExistencial