Dos dimensiones que se recuerdan y refuerzan. La conexión entre las dos se vuelve fundamental en tiempos en los que la posibilidad de frecuentar la naturaleza salvaje es menor. Al reconocer que «somos naturaleza», podemos recrear la conexión con el mundo del que somos parte también cultivando prácticas de exploración y disfrute de nuestra naturaleza interior.
Cuando la cola helada de un cometa tocó el planeta hace miles de millones de años, cayeron sobre la superficie de la Tierra moléculas orgánicas de orillas distantes, semillas preciosas con nuevos proyectos en su interior. Ese proceso mágico se ha activado, en la base misma de la vida, que se renueva cada vez que una semilla se encuentra con un terreno fértil, lo masculino se encuentra con lo femenino.
No estamos seguros de que así sea exactamente como nació la vida en la Tierra, pero la Panspermia es una de las hipótesis acreditadas. Así seríamos, como cantan las tradiciones de los nativos, hijos del Padre Cielo y de la Madre Tierra. Curioso, por cierto, cómo las tres principales tradiciones monoteístas de hoy se han olvidado de la segunda parte, honrando al Padre y relegando a la Madre a algún oscuro meandro de la memoria.
Lo que somos, por tanto, es el resultado del mismo proceso evolutivo que dio cuerpo y forma a palmas, rododendros, medusas, cocodrilos y linces del bosque… por nombrar solo algunos. No existe una demarcación clara ni siquiera entre el mundo animado y el llamado inanimado, ya que los ecosistemas presentan complejos entretejidos de interacciones que involucran bacterias, protozoos, algas y hongos hacia arriba, pero también minerales, agentes atmosféricos, gases, cuerpos de agua y magma burbujeante.
En esta danza creativa que ha dado lugar a una pujante multitud de criaturas, nosotros también, sapiens sapiens, con cuerpos creados con los mismos ingredientes que el resto de la biosfera, con fisiologías que siguen a las de las especies más cercanas a nosotros, pero también de los más lejanos, ya que el 8% de todo el genoma humano está formado por virus.El ser humano, en su integridad, es el resultado de una colaboración perfecta entre microorganismos de todo tipo … es una vez un ecosistema, en un diálogo con otros ecosistemas.
Y luego, la Naturaleza … ¿es acaso algo diferente, desapegado, externo a nosotros? Somos nosotros mismos Naturaleza, fruto de la Naturaleza, hijos -probablemente- de una semilla celestial y un huevo terrestre. El bienestar físico, emocional y espiritual que sentimos cuando frecuentamos entornos naturales indómitos, el desierto, la selva, es el llamado de la casa en la que nacimos y crecimos, es lo que hace vibrar en resonancia nuestra herencia materna. Pero la sociedad actual está imbuida del arquetipo masculino y necesitamos reequilibrar nuestra forma de proceder atesorando también nuestra herencia materna: sentido común, el compartir, amor por la vida.La atracción por la lógica, la acción impactante, la conquista de horizontes lejanos, todo lo que dio origen a la llamada civilización, es nuestra herencia paterna.
Pero la naturaleza no solo está fuera de nosotros, no son solo jardines, bosques y parques nacionales, nosotros también somos naturaleza y podemos aprender a sintonizarnos con su longitud de onda, sus ritmos orgánicos, su inteligencia organizadora, su alegre exuberancia. … Incluso cuando estamos en casa, incluso cuando vivimos en la ciudad.
Recibimos beneficios físicos de la Naturaleza: movimiento, aire puro, descarga de electricidad estática, cromoterapia verde y azul, baño de fitoncidas y metaterpenos, las sustancias volátiles que la medicina forestal ha descubierto que son tan importantes para nuestro organismo. Y beneficios emocionales y mentales: fascinación, descarga de emociones, regeneración de la atención, claridad, creatividad. Y también espiritual: visión amplia, flexibilidad perceptiva, sentido de hermandad y hermandad con todas las criaturas, inspiración, anhelo de lo absoluto, conexión con el espíritu o lo divino.
Estos son todos los elementos que necesitamos de la naturaleza, pero solo los primeros necesitan necesariamente que estemos al aire libre; todos los demás pueden – y deben – evocarse y consolidarse incluso en la vida cotidiana, para gozar de los mismos beneficios incluso cuando la vida nos obliga a un hábitat urbano.
¿Como? Recrear, a través de la atención plena y la meditación, la predisposición a sintonizarnos con estados de conciencia más allá de la dimensión egoica ordinaria; porque es sobre todo lo que necesitamos cuando no podemos caminar por el bosque, sumergirnos en el mar o escalar una montaña.
Existe una relación muy estrecha entre la naturaleza y la atención plena. Si es cierto que uno despierta al otro, es decir, que ir a la Naturaleza puede facilitar -con la adecuada disponibilidad de la mente- la conexión con nuestra dimensión espiritual, también es cierto que el mindfulness recrea las condiciones para mucho de ese bienestar interior que sentimos al ir a la Naturaleza. Precisamente porque… ¡Somos Naturaleza!
Ambas dimensiones, mindfulness y naturaleza salvaje nos permiten anclar firmemente los pies en el suelo, mantener la cabeza alta hacia el cielo, honrando así a nuestros antepasados y buscando así las estrategias y acciones más adecuadas para afrontar los retos actuales, que requieren la integración de estos dos legados nuestros.
El sociobiólogo Edward O. Wilson, nos dice sobre el futuro del conocimiento científico, escrito en The Social Conquest of Earth (2012): «Los futurólogos llaman a detenerse en los caminos que, en su opinión, debería tomar la humanidad. Pero dada la vergonzosa falta de autocomprensión de nuestra especie, el mejor objetivo en este momento puede ser elegir dónde no ir. (…) La humanidad es una especie biológica en un mundo biológico. En cada función de nuestro cuerpo y mente y en todos los niveles , estamos finamente adaptados para vivir en este planeta en particular. Hemos pertenecido a la biosfera desde nuestro nacimiento. A pesar de habernos indignado de mil maneras, seguimos siendo una especie animal de la fauna mundial «.
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